
Mi última PC de escritorio la compré allá por 2005 y dejé de utilizarla allá por 2008. Desde entonces he utilizado notebooks. A comienzos de 2013 compré una MacBook Air y desde entonces he vivido con MacOS.
Pero este año decidí volver a comprarme una máquina de escritorio, me compré una mini PC (en otro post hablaré sobre el hardware). La cuestión era qué sistema operativo utilizar, las opciones eran: Windows 11 o algún Linux. Descartar el Windows fue mucho más fácil que elegir la distribución de Linux. Luego hablarlo con un par de colegas y leer algunos foros, los finalistas fueron Arch y Ubuntu. Me incliné por Ubuntu, principalmente porque pensé que tendría menos troubleshooting con los drivers (la última vez que instalé Linux tuve que recompilar el kernel para hacer andar un modem 3G).
Ya teniendo decidido instalar Ubuntu lo siguiente a ver era si ir por un «Ubuntu puro» o alguno de sus «primos» como Mint o Elementary. Finalmente me quedé con Ubuntu y con el sistema de ventanas default.
La instalación fue muy fluída, descargué una imagen, la quemé en un USB booteable y desde ahí instalé. Hice una configuración dual-boot con el Windows que venía de fábrica con la PC porque uno nunca sabe si en algún momento sale un proyecto de desarrollo Windows.
Para mi sorpresa, todo, absolutamente todo me anduvo de una: wifi, bluetooth, micrófono, webcam, impresora y los dos monitores. Impresionante. El dato curioso es que lo único que me requirió más trabajo de lo esperado fue la configuración de la VPN que yo pensaba que andaría de una y sin embargo tuve que hacer troubleshooting y unas operaciones adicionales via terminal.
Luego de esta fluida experiencia, estoy convencido que de ahora en más vamos a pedir uso obligatorio de Linux en las materias a mi cargo. Perdón, corrijo, no vamos a obligar a usar Linux, sino que solo daremos soporte a quienes trabajen con sistemas de la familia unix/linux.
