El año pasado me contactó un directivo de una empresa multinacional que estaba interesado en empezar a trabajar con métodos ágiles. Me reuní con él para entender su necesidad. Una vez comenzada la reunión le pregunté sobre la motivación que lo llevaba a los métodos ágiles, o sea, yo quería entender qué problema se esperaba resolver o que situación se esperaba mejorar a partir del uso de métodos ágiles. La respuesta fue muy concreta: a nivel global la organización había decidido adoptar una «forma de trabajo ágil combinada con DevOps» y por ello este directivo quería contratar a la brevedad 5 coaches/scrum masters para generar un «shock de agilidad» que se tradujera en una mejora notable de productividad. De esta forma esperaba contagiar al resto de los equipos de la subsidiaria local para que se subieran «al tren ágil». Esta estrategia distaba mucho de lo que yo hubiera hecho y en un punto hasta podría considerársela «anti-ágil». En enfoque ágil implicaría crecimiento orgánico y sustentable lo cual es muy distinto a «un shock». En vano intenté convencerlo de utilizar un enfoque distinto y la cuestión no pasó de esa reunión.
Estos son los tiempos que vivimos. Del mismo modo que hay organizaciones que desde hace años pretenden «comprar programador por kilo» hoy en día, con agile siendo mainstream, hay organizaciones que pretenden «comprar agile coaches por kilo».
Pero en cierto modo creo que lo más triste no es la intención de los que quieren comprar, sino que hay organizaciones dispuestas a satisfacer esos pedidos :-(.
Ya lo decía mi abuela: la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer 😦